Amantes del blues, amigos de la música norteamericana, hoy puede ser un buen día para disfrutar con el recorrido que nos propone nuestro invitado en la sección Parada para repostar. Christian Val, periodista que ha pasado por Radio 3 y La Sexta Noticias, nos hace viajar de Mississippi a Chicago, pasando por más lugares emocionales impulsados por el sonido afilado de la armónica, ese instrumento que rasga como pocos el espíritu. Disfrutad del viaje. Es un recorrido maravilloso, perfecto para los caminos que transitamos en este blog.
Texto: Christian Val
La silueta de un hombre negro en el porche de una roída casa de madera es lo único que alcanzan a ver tus ojos, chico. Llega el ocaso en el delta del Mississippi, en un lugar en mitad de la nada cerca de Parchman Farm, donde se ubica la penitenciaría del Estado de las consonantes duplicadas. El polvo difumina su perfil, dotándolo de tonalidades ocres en un paisaje bello en su austeridad. Su cuerpo reposa exhausto sobre una mecedora, y sus manos, ajadas por el esfuerzo en el agro, aprietan contra su boca un instrumento de regusto metálico que posee características estrictamente humanas. Dicen que la armónica es capaz de llorar.
El bueno de Muddy Waters aseguraba que el Blues tuvo un hijo y lo llamó Rock and Roll. Nieto por tanto del Jazz, pensarán algunos. El vástago nos salió rebelde, alejado de la estricta disciplina parental, renegando de los característicos doce compases y tres acordes que férreamente abrazaba papá y rasgando la cortina melancólica que teñía las composiciones de Blues para pasar a engatusarnos con sonidos de festiva algarabía. El estado de ánimo depresivo de los esclavos que provienen de África se convierte en eléctricos impulsos con el cometido de acelerar las caderas de los jovenzuelos estadounidenses. La amplificación de la guitarra hizo el resto. Y en este acto de poética adolescencia, renegar de las raíces es solo una cuestión de tiempo. La armónica quedó relegada a un segundo plano, escondida en una caja de cartón dentro de la despensa, en la balda donde se guardan las cosas que acaban dándose por perdidas.
Bien es cierto que los grandes del conglomerado-conocido-popularmente-como-rock han usado habitualmente en alguna de sus composiciones el instrumento que nos ocupa. Nombres tan conocidos y a la vez tan dispares como Bob Dylan, The Rolling Stones, Bruce Springsteen, Stevie Wonder, The Beatles, Van Morrison, Jethro Tull, Billy Joel, Johnny Cash, The Doors, Led Zeppelin, Pearl Jam, Aerosmith, Alice in Chainsy hasta Alanis Morrisette (todos rebuscados al azar en mi frágil retentiva, pero hay miles de ejemplos más) se han valido de nuestra pequeña amiga para adecentar sus canciones en alguna ocasión.
Ni qué decir tiene que está más que presente dentro del Country, el Folk y en otras ramas de la Americana. Pero su lugar no es ese. La armónica, desde sus metálicos recovecos internos, solo conoce un idioma. Gime en forma de lamentos. Sabe llorar Blues.
Y es en ese caldo de cultivo, sumergida entre los tiempos difíciles y la opresión racial, donde la armónica florece. Regada por un sempiterno compás de 4/4. Se basa en el desplazamiento del aire en su interior, que hace vibrar una serie de lengüetas insertadas en sus diez agujeros (si se trata de las diatónicas, las más usadas y conocidas genéricamente como “armónicas del blues”). Soplar y aspirar. Tan fácil como su somera descripción es su manejo. Todo el mundo que haya intentado tocarla por primera vez se habrá sentido medianamente satisfecho tras una torpe ejecución. Pero otra cosa muy diferente es saber arrancar en sus notas todo el sentimiento que atesora.
El término “Harmonica Blues” hace referencia a cualquier estilo de blues en el que la armónica lleva el peso imperante. Aunque estuvo presente desde los comienzos en muchas grabaciones de Country-Blues, es en la década de los cincuenta cuando se convierte en elemento esencial, gracias a la amplificación de su sonido, convirtiéndose en un elemento reconocible del Electric Blues, particularmente en su vertiente de Chicago.
Cabe reseñar que todos los grandes de este instrumento se valen de una técnica similar, llamada Cross Harp, que para no entrar en enrevesados tecnicismos diremos que se basa fundamentalmente en aspirar las notas, y no tanto en soplarlas, para generar un efecto de vocalización. Ahora la armónica no solo llora, también quiere hablar.
El precursor de este modo determinado de tocar que se convertiría en la biblia del armonicista fue Sonny Boy Williamson I, (de nombre John Lee Curtis Williamson y nacido en Tennessee) un auténtico virtuoso que junto con Sonny Terry o Slim Harposentarían las bases del blues rural, caracterizado por el uso de técnicas de acompañamiento mediante las manos y la propia lengua.
Lejos de juicios sumarios sobre quién es la gran leyenda de la armónica, los eruditos en la materia suelen converger al asegurar que existe un triplete de grandes maestros. Uno de ellos tenía por nombre Big Walter “Shakey” Horton, un hombre extremadamente tímido, que recibía ese apodo por padecer nistagmo, una enfermedad en la visión que hace que los ojos se muevan frenéticamente de forma involuntaria. De él Willie Dixon, otro grande en la materia, aseguró que se trataba del mejor armonicista de la historia.
Sí, parece que Big Walter no se andaba con chiquitas, aunque Little Walter no le iba a la zaga, pese a que la comparativa de sus apodos le sitúe en mal lugar. Pero no teman, estamos ante el gran renovador de la armónica, al nivel que pudieron mostrar Charlie Parker con el saxo o el mismísimo Jimi Hendrix con la guitarra. Hasta el punto de ser considerado el adalid del Electric Harmonica Blues. Alcohólico y adicto al juego, acabó muriendo de una trombosis tras una pelea callejera.
En los dos casos anteriores, Big y Little Walter se decantaron por amplificar el sonido mediante micrófonos, pero el tercero en discordia quiso alejarse de esa pomposidad sonora. Se trata de Sonny Boy Williamson II (no confundir con el primero, anteriormente citado, entendemos que la cotidianidad con la que ciertos caballeros del Blues adoptaban el nombre de sus ídolos puede llevar a equívoco), de nombre real Rice Miller, que colaboró con artistas de la talla de Muddy Waters o Jimmy Page y bandas como The Animals oThe Band. Considerado por muchos la última gran leyenda del Blues.
Sin desmerecer a este trío de ases, podemos incluir entre los más grandes del género a una gran cantidad de artistas. Por ejemplo un tal George “Harmonica” Smith , devoto del buen hacer de Little Walter e integrante durante varios años de la banda de Muddy Waters. También Junior Wells, colaborador habitual de los Rolling Stones, al igual queSugar Blue (memorable su interpretación en “Missing You”, archiconocida tonada de sus satánicas majestades). James Cotton, Carey Bell, Jimmy Reed, Jazz Gillum, Jason Ricci, Billy Branch o Howlin´Wolf son sólo algunos de los eslabones de una cadena muy bien engrasada. Y si a solas son brillantes, cuando les da por juntarse la tierra tiembla. Para muestra, cuatro fueras de serie hacen de las suyas en un maravilloso trabajo editado en el año noventa llamado Harp Attack.
El perfil de los grandes nombres de la armónica se corresponde con una descripción física concisa y apabullante. Si tuvieran que elaborar un retrato robot sobre su fisonomía, apostarían más de dos centavos sin miedo a perderlos al afirmar que se trata de un hombre de raza negra. Y es que pocas mujeres han podido levantar la voz dando muestras de su sobrado talento. Annie Raines, Cheryl Arena, Christelle Berthon o Big Nancy son algunos ejemplos paradigmáticos. Una de las más reconocidas es Big Mama Thornton, pura energía y todo actitud, como se aprecia en esta jam session de armónica junto al idolatrado John Lee Hooker.
Sería igualmente injusto no reconocer el trabajo de grandes artistas blancos en la materia. Entre ellos, Charlie Musselwhite, célebre en las últimas fechas por su colaboración con Ben Harper, Paul Butterfield, el archiconocido Eric Clapton, Paul deLay, John Mayall (la cara más visible del Blues inglés) o un auténtico orfebre del sonido, Buddy Greene.
Y así, tras el acercamiento sumarísimo al ingente panorama de tan peculiar instrumento, la silueta de un hombre negro en el porche de una roída casa de madera separa sus labios de la armónica. Los seca con la manga de una camisa de cuadros, que utiliza también para quitar cuidadosamente la humedad aún latente en el instrumento. Se incorpora, y la mecedora se pone a temblar al verse desprovista de su peso, mientras él implora para que los sonidos apesadumbrados que ha escupido al viento echen raíces en la tierra yerma. Quizá mañana.
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